El dolor ha estado irremisiblemente unido a los seres
vivientes (hombres, vegetales y seres unicelulares) en todas las épocas, desde
el nacimiento hasta su muerte, ha sido la principal queja médica desde los
inicios de la humanidad y sin duda alguna, un importante impulsor para el
desarrollo de las ciencias de la salud. A lo largo de la historia las
concepciones del dolor y su tratamiento han estado muy ligadas a la cultura y a
los eventos mágico-religiosos que rodeaban las antiguas civilizaciones. Sin
embargo, las teorías y descubrimientos que se realizaron en los últimos siglos
(XIX y XX), dieron nuevas perspectivas con respecto al mejor entendimiento y
manejo. El dolor es una experiencia sensorial y emocional, displacentera, que
se asocia a daños reales o potenciales del organismo. El dolor agudo representa
un sistema de alerta, sobre la existencia de una noxa, que es necesario
diagnosticar y tratar. Cuando el dolor se cronifica pierde el sentido protector
y deja de ser un síntoma para convertirse en una entidad nosológica compleja.
El dolor induce a buscar ayuda para conseguir su alivio y aclarar su causa. La
concepción actual del dolor y su manejo han sufrido grandes transformaciones
desde lo místico y sobrenatural de la antigüedad, hasta el conocimiento de sus
vías anatómicas, neurotransmisores y mecanismos centrales y periféricos para su
control. Y aunque actualmente el interés está centrado en el estudio molecular
del dolor, el componente cultural sigue teniendo un importante impacto en la
humanidad. A pesar de las diversas interpretaciones que se han hecho del dolor
las distintas culturas y civilizaciones, existe un denominador común en todas
ellas: el afán de conocer la causa que lo produce y cómo eliminarlo, por lo
menos, aliviarlo.
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